UNA GRANDE Y DURA


Las abuelas
Doris Lessing
Ediciones B
|368p.|5 euros|ISBN:846628460|
Traducción de Dolors Gallart

He creído desde hace días que iba a escribir sobre los cuentos de Las abuelas, de Doris Lessing, sin percatarme de que sólo quiero hablar del relato que le da título al libro. No porque los otros sean malos, no; al contrario, hace mucho tiempo que los cuatro textos que forman el volumen dan vueltas en mi cabeza, como hechiceras preparadas para las más oscuras noches de aquelarre; contaminan todo lo que pienso, todo lo que quiero hacer, infectan cada relación sináptica de las neuronas que me quedan. Por eso quiero hablar de «Las abuelas», porque de esa manera descargo una de las hechiceras de mi cabeza, antes de concentrarme en las otras.

Me pregunto cómo hizo la señora Lessing para escribir ese cuento; y me pregunto cómo haré para hablar de él sin destriparlo a los que no lo han leído. Deben dejar de leer esto y salir corriendo a buscar el libro; eso por descontado. Si todavía queda algún generoso (o temeroso) que siga leyendo lo que escribo, aparte de agradecerle la cortesía, debo agregarle para su alegría que cuando por fin tenga en sus manos ese libro olvidará al instante esta reseña: habrá llegado la voz de la señora Lessing y pondrá en orden las cosas del mundo. Por lo pronto imaginen dos jóvenes parejas, dos jóvenes esposas que viven a la orilla del mar; dos mujeres jóvenes y hermosas cada una con un niño, compañeros de juegos. Imagínenlas tomando limonada mientras los muchachos juegan en la arena con sus palas; ellas los observan desde una cómoda mesa y se acarician, placenteras, el borde de las piernas: el futuro no puede presentarse mejor. Imaginen las dos casas en las que crecen esos niños, llenos de amor; la casa de la madre, la casa de la que hace cariñosamente de tía: el sol; las nubes; los pájaros; la sensación incomparable de vivir a la orilla del mar en condiciones acomodadas.

Ahora junten todas esas imágenes y dejen que la señora Lessing las convierta en un pequeño universo cambiante; dejen que ella agregue las gotas de vida real que su prosa trae consigo; junten sólo un poco las epidermis de los personajes, busquen los sabores más íntimos de la boca o el intersticio de los dedos (piensen en la palabra coprofagia) sin que nada llegue a explotar, y estarán preparados para comenzar a leer un libro extraordinario de alguien que sólo por ello justifica merecer —y bien merecer— el Nóbel.

Y a disfrutar. jcch