LA IGNORANCIA

Nicolás Melini



Todo lo que les quiero decir lo encontré en un libro de Milan Kundera, hace años: La ignorancia. El autor checo comienza hablando de nostalgia, morriña, añoranza, para, mediante un pequeño truco lingüístico relacionarlas a todas ellas –el deseo no satisfecho de regresar a casa que padece el emigrante—, con La Ignorancia que da título al libro.

Lo explica con esta simplicidad: «En español, añoranza proviene del verbo añorar, que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él».

Y así comienza a relatarnos la historia de Irena (emigrante checa en Francia que se ve en la tesitura de regresar a su país después de un largo periodo), cuyas emociones son dispuestas por el autor en paralelo con las de Ulises en la Odisea. Una de las primeras escenas de la novela me golpeó fuertemente, tal vez porque dio justo donde más me dolía entonces: cuando llega a casa, Irena reúne a sus antiguas amigas en un bar, y pasado un buen rato tomando cervezas comprende que ninguna le ha preguntado por su vida en Francia, es como si no les interesara nada de lo que le ha sucedido desde que se marchó; para ellas, la vida de Irena parece haberse interrumpido en el momento de su partida, y sólo ahora se ha reanudado. Sin embargo la interrogan todo el tiempo acerca de sus emociones hacia el lugar en el que ellas se han encontrado todo este tiempo. ¿Es una suerte de egoísmo? ¿No quieren saber de ella sino de sí mismas? Mientras que Irena no ha podido dejar de pensar en el país y la vida y las personas que quedaron atrás, mientras que Irena no ha dejado de añorar en todo el tiempo de ausencia de su país, sus amigas parecen inmunes a todo lo que a ella le ha acontecido; porque no se puede añorar lo que se ignora.

Fue en este momento cuando comprendí que soy un emigrante –aunque ni siquiera me he movido del país para venir de las islas Canarias a la Península—, y le puse nombre a algunas emociones que tenía que sobrellevar estando «lejos de casa», o cuando regresaba por espacios breves y me reencontraba con familia y amigos. Emigrante es el que sufre de ignorancia, el que enyora. Y vive vuelto hacia una vida que perdió, pendiente de lo que podría haber sido si no hubiese marchado al lugar en que se encuentra; una vida otra para enyorar e ignorar, pues nunca será, y, lo que no existe difícilmente se alcanza a conocer. El emigrante enyora e ignora no sólo lo que perdió, sino la vida no escogida, el camino no elegido.